15 de noviembre de 2015

Reseña "Una pasteleria en Tokyo"


Más como un cuento o un fábula, desinteresándose de la acción narrativa y buscando atraer al espectador transmitiendo paz y tranquilidad a través de la imagen, Naomi Kawase nos trae con "Una pastelería en Tokyo" una poética producción que nos habla del renacer y de redescubrirse a uno mismo y al mundo... El salir de una amarga vida gracias a un dulce bollito.

Una pastelería en Tokyo nos cuenta la historia de un hombre llamado Sentaro que trabaja solo, sin motivación y amor por lo que hace, en una pequeña y no muy exitosa pastelería en Tokyo donde sirve dorayakis: un bollo compuesto de dos panqueques (parecido a un crepe) y relleno de anko (pasta de judías dulces llamadas azuki)
Pero todo cambia a raíz de que una anciana mujer llamada Tokue, se ofrezca a ayudar a Sentaro preparando el anko. Algo para lo que tiene un don especial. Después de esto, el panorama en la pastelería da un vuelco y largas colas de clientes comienzan a formarse cada día reclamando sus dorayakis.
Con el tiempo, al trabajar codo con codo, irán abriendo sus corazones y contándose sus más ocultos secretos y heridas.

Tokue trabajando en la pastelería

La película nos habla de las barreras, tanto las personales como las que nos pone la sociedad. Tokue tiene una dura enfermedad a la que por miedo la sociedad deja de lado y la aparta, pero a pesar de esa enfermedad, y sumado a una avanzada edad, decide que quiere cumplir su sueño y pide trabajar ayudando en la preparación del dorayaki. Y será precisamente este afán de Tokue por romper esas barreras lo que anime a Sentaro y a Wakana (joven estudiante que ha dejado el instituto y que acude a diario a la pastelería) a redirigir su vida y a encontrar un hueco en una sociedad en la que no sentían encajar.

Los personajes están muy bien escogidos y definidos. El que cada uno de ellos pertenezca a una generación distinta - una joven, un adulto y una anciana - no es una casualidad. Pretende que se nos muestren los problemas en cada etapa de la vida, que veamos como a cada edad se afrontan las cosas de una forma distinta. Pero además Kawase trabaja los personajes para evitar que caigan en los tópicos de un personaje atormentado con un pasado oscuro. Nos deja muy claros los problemas de cada uno de ellos pero sin profundizar, buscando que podamos sentirnos identificados.

Sentaro preparando los dorayakis

Ya he comentado en el primer párrafo que es una historia sencilla; casi parece que nos esté contando una fábula. Pero Kawase compensa esa sencillez a la hora de contar la historia con un buen abanico de hermosas y relajantes imágenes. Imágenes que nos muestran un Tokyo tranquilo, calmado y alejado de ese bullicioso y molesto ruido de coches y personas. Un Tokyo de madrugada repleto de almendros en flor con el que cada primavera, a la llegada del sakura, hace olvidar los problemas y nos rinde a la belleza de los colores de la estación.

Sin que lleguemos siquiera a notarlo, un sentido más entra en la película. Aparte de la vista y el oído, nuestro olfato también reclama su sitio, pues desde la primera a la última escena, el dorayaki tiene una muy importante presencia en la pantalla, y el dulce olor de ese bollito, al estar viendo cómo lo preparan, parece inundar la sala abriendo el apetito de los espectadores.




"... Nadie puede vivir completamente solo. Es lo que pienso de los seres humanos" - palabras de Naomi Kawase en una entrevista

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